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jueves, 30 de agosto de 2018

LA GRADUACION



Fue en un prólogo de 8,5 kilómetros, en la ciudad de Pereira, en la famosa trasnochadora, querendona y morena ciudad. Fue en el inicio de la Vuelta a Colombia, en la histórica carrera de la tierra de los escarabajos, esos que hoy brillan por el mundo entero. Fue una situación breve, de unos segundos, de unas palabras, pero que me guardaré por siempre en mi memoria, porque me llegaron a lo más profundo de mi corazón.

El protagonista de la historia fue un joven, un muy joven ciclista que se preparaba para largar la corta contrarreloj individual. Debo confesar que como para mí fue tan fuerte y conmovedora la vivencia me olvidé de preguntar su nombre, no recuerdo su uniforme ni tampoco el número que portaba. Ahora, pasado un tiempo, pienso que no importa tanto su nombre porque siento que fueron varios los jóvenes que ese mismo 5 de agosto de 2018 vivieron esa situación o similar.

Este chico entró concentrado a la zona de medición de bicicletas previo a su largada de la crono. Se sentó y las piernas le temblaban. Miraba a su bici pero a la vez no miraba nada. Estaba nervioso, ansioso, emocionado... y me di cuenta que iba a largar por primera vez la Vuelta a Colombia. No me hizo falta preguntarle si era su estreno en la tradicional carrera, se notaba, se palpaba.

Le notificaron que su máquina estaba en orden y vi que sus ojos se le tornaron vidriosos. Se levantó, tomó la bici, mejor dicho, la acarició con sus manos, se la acomodó dulcemente a su costado y ya estaba listo para comenzar a desandar los pocos pasos que tenía hasta la rampa de salida, sólo debía aguardar que largaran un par de ciclistas por delante antes de su turno.

Se ve que lo llamaron por el parlante, que él oyó su nombre porque se dispuso a iniciar ese camino hasta el partidor. Yo no reparé en ese llamado, sino obviamente recordaría su nombre… yo estaba tratando de adivinar qué era lo que él sentía en ese momento, algo que no logré.

Empero, justo cuando iba a dar su primer paso se detuvo súbitamente. Fueron unos segundos largos, pero segundos al fin... quizá para él fueron minutos eternos, horas tal vez en las que supongo se le habrán pasado por su cabeza los años y años de entrenamientos y las carreras y más carreras que realizó para poder ganarse un lugar y llegar a ese momento soñado de formar parte de la Vuelta.

Y si ya me había emocionado la situación, las tres palabras que salieron luego de la boca del joven directamente me quebraron.

Justo antes de ese primer paso hacia la rampa, giró su cabeza, miró a un hombre que estaba del otro lado de la valla y le dijo, en un susurro tímido y suave: “me voy papi”.

El señor no pudo responder, estimo que al igual que yo tuvo ganas de correr y abrazarlo fuerte, fuerte, fuerte, decirle que no tuviera miedo, que todo iba a estar bien, que lo amaba, que estaba orgulloso... Pero no, se contuvo, le sonrió y con su mirada le dio confianza. Fue suficiente.

Sin embargo, yo vi como se le aguaron los ojos cuando su hijo giró y empezó a caminar. Instintivamente miré a su niño, pero él rápido se había puesto las gafas, quizá más que para prepararse para la carrera, para esconder esas lágrimas que también le podrían llegar a brotar.

Y ahí se fue, a largar su primera Vuelta a Colombia, a recibirse de ciclista, a cumplir un sueño. Y también a su papá lo vi irse en el auto de apoyo, orgulloso, muy orgulloso de que su cachorro se le hizo grande.

No pregunté su nombre, no recuerdo su uniforme ni tampoco el número que portaba ese joven. No importa. Soy hijo y soy papá, y vea desde el lado que vea esta historia me emociona siempre de la misma forma.

Ahora, ya pasados los días, la revivo en mi mente y es imposible que no me emocione, es más a veces debo confesar que me cuesta evitar que una o unas lágrimas caprichosas rueden por mis mejillas.



Por
Mario Sábato



1 comentario:

  1. Hola Mario, con que gustó y con que agradó he leído su crónica, veo que eres un gran hidalgo, ha sido fascinante. Sería bueno leer otra crónica.

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